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Aún cierro mis ojos y el sol de aquel atardecer se vuelve rojo, rojo sangre. En una tarde cualquiera de esos dos meses que estuve de vacaciones en una playa del suroeste mexicano, una jauría hambrienta, se topó con ella, la rubia estadounidense que corría a modo de ejercicio bordeando la orilla. Esa tarde, le cambió la vida, para siempre. Yo estaba tomando sol, jugando al tetris en el celular, cuando escuché el grito de “Negro”. Automáticamente lo relacioné con esos nombres típicos que se le ponen a los perros y me exalté. He tenido fobia a ellos por muchísimos años. Fobia que pasó a ser miedo, el cual fue cesando mientras viajaba, ya que cualquier calle de cualquier barrio, cualquier casa de algún anfitrión, me ofrecía encuentros amistosos con esos animales. Pero esa tarde, que dejó de ser una tarde cualquiera de esos dos meses que estuve de vacaciones en una playa del suroeste mexicano, esa tarde del 11 de Mayo, la fobia volvió a mí. -Negro!! - se repetía el grito y ya con d