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Las Perlas

Resbala por el tobogán con el pantalón de lienzo que le regaló su abuela. Pantalón que pertenecía a su tía, hermana de madre. Nunca supo ella su proceder, más sí sabía su destino. ¿Tendría manera de cambiarlo?


Resbala por el tobogán con el pantalón de lienzo que le regaló su abuela. Pantalón que pertenecía a su tía, hermana de madre. Nunca supo ella su proceder, más sí sabía su destino.
La niña fanática de los juegos solitarios de la plaza ahora se hamaca y no espera que la empujen, se hamaca sola con la fuerza de su impulso. De sus piernas que se estiran y retuercen, de su espalda que se inclina hacia adelante y hacia atrás, para poder jugar.
Sola, así se veía siempre. Muchos chicos de su misma edad tenían un grupo de amigos, así lo veía al menos en la plaza, en las calles del barrio, en la escuela. Lugar al que iba más a distraerse, que a aprender. La escuela era el recreo de su vida, el recreo era la tortura de sus días. No quería jugar sola, no quería hacer amigos. No podía.
-¡Perla! - la llamaban los chicos de su curso.
Siempre tenía una excusa para acercarse, más siempre también, tenía una razón lógica para huir.
Carlota. Hija de los comerciantes con más poder adquisitivo de la ciudad. Ella la odiaba, la maltrataba e incomodaba constantemente. O al menos eso creía.
Cuando lograba Perla acercarse a sus compañeros, aparecía Carlota y no podía evitar, la niña fanática de los toboganes y  las hamacas, sentirse menos.
¿Menos que quién? ¿Menos por qué?
Menos.
Sentirse menos o sentir menos, era lo que le pasaba. Quizás necesitaba que le dijeran que no era menos y que le aclararan que nadie es más, por más que así se lo crea.
Cada día cientos de lágrimas recorrían sus ojos verdes, cayendo por las mejillas pálidas llenas de hermosas pecas diminutas.
Cada día, la madre intentaba sacarle una sonrisa, llevándola a la plaza.
El pantalón de lienzo se enganchó.
La madre lloró y la niña no entendía por qué tanta angustia.
Ahí fue cuando maduró y entendió que no se trataba de cuidar las cosas, sino cuidar a las personas.
Perla también, así se llamaba su tía. Sufría tanto acoso en el colegio como ella en su corta vida. Sufría y no podía sentirse mejor aunque tuviera una madre y una hermana que la ayudaban y hacían todo lo posible porque pudiera jugar con sus compañeros.
8 años tenía cuando se suicidó.
Perla apenas 7. Muy chica para entender, dirán algunos, pero entendió.
Desde ese día en que supo la verdad, supo que sería su verdad entonces. No quiso asustar a su madre, pero no podía dejar de pensar que le faltaba un año para cumplir el mismo destino que aquella tía desamparada.
¿Era suerte que se hubiera roto el pantalón, para así cortar la especie de suerte que las unía?
Una mera casualidad o quizás una señal. Algo debía romperse y no era sólo el pantalón.
Al hacerse completamente de noche mientras todos dormían en la casa fue despacio y con cuidado hasta el aparador principal y como pudo, alcanzó unas agujas e hilos que su madre siempre tenía a mano por las dudas. Cosió el pantalón con la poca luz que entraba por la ventana desde la calle y lo dejó el borde de su cama para ponérselo al día siguiente.
No lo encontró. Quiso recomponerlo pero no funcionó. Su madre no respondía cuando ella insistía en que lo había arreglado y quería ponérselo.
Durante ese día lo encontró en una bolsa de basura, pensaba tirarlo.
Quizás la madre estaba cometiendo un error, al deshacerse del pantalón que hacía de unión entre ambas Perlas.
Tal vez, era lo mejor.
Esa noche al pasar el camión de basura Perla salió corriendo por la puerta de entrada, ya que no podía volver a tener ese pantalón adentro de su casa, quiso encontrarlo afuera y cambiar su suerte.
Su suerte cambió, la de su nombre no.
El conductor del camión no había reparado en que por la parte de atrás había subido una niña, de apenas 7 años.
En la esquina principal, frente a la heladería más asistida del barrio donde había familias en la vereda, sentadas, frenó por el semáforo en rojo. Hizo una maniobra acertada, el conductor, para lograr que entre todo lo que acababa de recolectar, en el interior del camión.
Acertado fue el momento en que la niña vió la gran pala que comenzaba a barrer la basura bajo sus pies. Sus piecitos de criatura, sus piernitas en pleno crecimiento. Su cadera, que tan sólo de golpearse apenas podía quebrarse. Su cintura, doblada a la mitad. Su cabeza ya no la sentía.

Acertado fue el destino, que unió a la tía y a la niña, con tan sólo un pantalón. Bastó que la abuela lo conservara y se lo regalara a Perla de la plaza, para que lo use diariamente, para que se rompa y así se entere que tenía una tía. Bastó eso para que se interesara en encontrar la manera de sanar en su familia tanto dolor por un pérdida de hacía más de 20 años. Bastó en el 1985 que el camión de basura avanzara hacia atrás sin mirar por el espejo retrovisor, para que Perla naciera sin conocer a su tía. Bastó el destino, para que sea el mismo conductor quien llevara a Perla, a visitar a su tía.

Comentarios

  1. Wow, ¡qué mezcla de sentimientos! Pude visualizar todo en detalles y la gran angustia transmitida. Maravilloso cuento amiga mía.

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    1. Qué hermoso recibir un comentario tuyo! Agradezco con el corazón que compartamos esta pasión por la escritura♥

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