Por esta vista es que lo pienso, por este cielo es que me escapo.
Por ese aire puro que se disfraza de hollín es que necesito irme de la ciudad.
Por un color naranja, de atardecer tan vivo, que un edificio me tapa parcialmente,
es que prefiero irme a donde sea que pueda contemplar la máxima maravilla del mundo, en su completitud más plena.
Donde sólo existan nubes o estrellas que se dibujen en el cielo, no recuadros e inventos, que con sus manos el hombre nos regaló.
Que manera más extraña de querer vivir los invadió a aquellos que primeramente decidieron edificar, y así destruir la naturaleza entera.
A mí no me vengan con civilizaciones avanzadas.
De civilización es poder disfrutar, sin arruinar, lo que el mundo nos ofrece;
es poder ver sin interrumpir, una estela de colores que marcan que el planeta sigue girando.
Un planeta tierra que está devastado.
Que no da más y nos lo dice, pero nos cuesta tanto escucharlo.
Porque preferimos escuchar los motores rugir, a tener cerca un león o cualquier animal salvaje,
por miedo.
Miedo tengo yo de no poder vivir nunca una experiencia tan fuerte,
como poner en riesgo mi efímera vida, frente a otros seres vivos que desconozco,
que nunca me ayudaron a conocer,
porque los alejaron de mí.
Miedo tengo de no ser capaz de enfrentarme a eso y creer que es peligroso,
andar sola por el mundo o adentrarme en una selva, sin un camino marcado.
Miedo, de creer que vivir como vivimos, es lo mejor que tenemos.
No quiero estar cómoda, no quiero la rutina de ladrillos, ni el buen día de una sirena.
Quiero pájaros libres que acompañen mi vista y un pasto bien alto que me guíe en cada paso.
Naturaleza que me interne, para sacarme del manicomio en donde me pusieron.
Colores, vivos y sinceros.
No una pinturería que me ayude a que mi vida sea un poco menos triste.
Prefiero el verde de las hojas, para dormir cómoda sobre ellas,
marrón, de la tierra, para bañar mis pies en pasos y que con ellos cuente mi tiempo.
Azul, de la inmensidad, del agua y el cielo.
Naranja, de cada giro y vuelta, que me va moviendo hacia los costados, mientras avanzo en arcoíris.
Porque puede estar lleno de colores inventados,
pero ninguno, tan puro como el que mis ojos ven, y me piden que siga observando.
Me es inevitable sentir angustia, por ese edificio que me tapa el paisaje completo.
Me es más inevitable aún, tener ganas de volar. De poder traspasar esas paredes y sentirme atravesada de color.
Sentirme naranja.
Que mi pecho arda por estar inmersa en ese oasis de vida.
Más real, que la propia vida.
Que mi cuerpo flote con el aire puro que viene de una montaña que tengo cerca, de la cual respiro y disfruto.
Que mis manos tiemblen, por la tormenta que me agarra sin un techo que me proteja.
Que los dedos de mis pies se llenen de barro, al ir de la calle al mar, del mar a la ruta.
Que mi camino no esté marcado, sino guiado, por la madre naturaleza.
Por sentir este cielo es que vuelo,
por ver estos colores, es que me pierdo.
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