Recorrió esos lugares que un año atrás, eran de los dos. No sintió angustia, sintió pena y alegría. Pena de haber creído que eso era amor y alegría de saber que no se equivocaría más. Pasó por ese parque y vio cómo, la hamaca que alguna vez colgaron entre esos dos árboles, ahora le atravesaba el pecho como un recuerdo más. Se sintió bien y supo que no iba a llorar, ya no. No lo iba a hacer porque ya no tenía el miedo que vivió ese día, cuando él se enojó por la admiración incansable de ella. La sobrepasaban y la sacaban de sí las ganas de retratarlo en cada rutina, en cada gesto. En cada beso. Por todos esos besos que ya no le iba a dar, es que quería una foto suya. Y él se enojó. Era así de impulsivo siempre. Triste, Ana se acostó en la hamaca como si nada pasara y lloró en silencio. Siempre tardaba en darse cuenta que ella estaba mal. Le dio consuelo y todo siguió igual, como siempre. Excepto que esta vez, para hacerla sentir más (in)feliz, le dejó otro recuerdo. Hicieron el
Conflictos de todos los días.